Y ahora resulta que nadie me quiere.
Que después de comer porotos con riendas nadie habla en el sitio en el que estoy.
Que después de ser culpable (por omisión) de un asunto que ni tiene que ver conmigo, soy la peor hija, la peor hermana, la peor polola, la peor sobrina, la peor prima, la peor nieta, la peor vecina, la peor vocal de mesa (ni siquiera voto).
Ahora resulta que no es de ahora, que ha sido siempre.
Que fingimos durante todas nuestras vida para intentar sobrevivir un poquito mejor.
Que intentamos hacer como que nos queremos, porque así nos duele menos la cabeza.
Que asumimos roles porque así funciona mejor esta jerarquía. Nada de quejarse.
Al que no le guste, se puede ir.
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